domingo, 21 de noviembre de 2010

Tres textos.

Los dos primeros, míos. El tercero de mi mejor amiga, Omayra. Ese es mi favorito.


Mi reloj marcan las doce. Mi mente se encuentra fuera del tiempo. No relaciono mis actividades diarias con la travesía de la vida. Han pasado tres días desde que lo vi partir. Mi madre y yo flanqueamos su última presencia en este mundo. Ahora solo queda el recuerdo, la memoria. Aquella vehemencia en la que me introducía cada vez que corría hacia sus brazos. Esas ganas que tenía siempre de verlo sonreir. Esas ganas que tenía de gritar cuánto lo quería. Esas ganas que ahora quedan cortas a lado de mi alicaída alma. Esos son los golpes de la vida; te golpean y no los sientes. O quizás duelen más que cualquier cosa y nunca sentiste el instante. No lo sé. Tampoco lo averiguaré. Seguiré siendo cómplice de este viejo diván hasta poder volver a la realidad y poder introducirme en la vida una vez más. Seguiré siendo el punto de atracción para miles de centinelas; sillas, libros, estrellas. Buscaré, tal vez, otro refugio en algunos días. Sigo sin saber. Sólo espero que mi reloj ya no esté marcando las doce y pueda ser consciente del paso de, aunque sea, algunos segundos.

Otra vez aquí. Otra vez sentada sin tener la más puta idea de lo que ocurre en mi vida. Otra vez me doy cuenta de lo sumisa que soy; lo tonta. No sé que pensar de mí. O tal vez qué pensar de él. Siempre tan díscolo, haciendo todo a su manera. Diside y no deja que le pongan límites. Me tiene como su cómplice, a veces como su amante. No sé. No sé que quiere de mí. Termino sufriendo con dolor al corazón. Es una joda esto del amor. Eso que sientes y no sabes qué es. Eso que crees es completamente imperecedero; que vivirá dentro de ti por el resto de tu vida. Amar a alguien es tan complicado, tan amargo. Es ilógico y a la vez hermoso. Puta madre. Todavía no puedo secarme este cúmel que ya se debe haber evaporado. Hace horas estoy sentada frente a él. Siempre es mi fiel acompanante cuando ese hombre se las ingenia para hacerme sentir mal. Quiero desinhibirme y mostrarle que no puede tenerme siempre a su alcance. Pero es difícil. Lo amo, creo.

Camino sola, confundida. Sin saber hacia dónde voy ni de dónde vengo. Queriendo respuestas y obteniendo silencio. Llego a un punto, de quiebre, de sufragio, un momento intangible en el sendero rocoso al que llamamos vida. Vicisitud que nos lleva a comprender que nada es estable, que todo lo creamos de la mano con el destino. Nuevamente me encuentro situada en la penumbra de este instante desconocido en donde la luz alguna vez melada se torna gris con cada uno de mis pasos. Pasos que avanzan y paralelamente retroceden en indecisión; tornan los días agrios, complicados y crean repulsión ante la falta de comprensión que el ser humano enfrenta. Hace ya algún tiempo debí de decidir, allá arriba me exigen una elección que determine mi paso vacilante. La moratoria vence, pasando la cuenta de lo debido sumado al tiempo prolongado. Finalmente, miro hacia el futuro, confiada. Elijo sentir, dejar de pensar, para así encontrarme y tan solo ser.

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